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jueves, 18 de marzo de 2010

Una Copa Rota y la Etapa Posterremoto



Mis comentarios sobre el terremoto, a dos semanas de distancia.

Me tocó vivir el sismo en un piso 16.
Digo vivirlo y no pasarlo. Otros terremotos que me han tocado en la vida me pasaron, pero este último, 'mamma mia',si que lo viví.
Tengo una cierta metodología en caso de sismos, producto de las lecciones de mi abuela María Elgart, quien me enseñó varios “trucos”:
Primero, ponerse zapatos duros. No sirven sandalias ni zapatillas, por los escombros y vidrios que se deben sortear.
Segundo, buscar fuentes de iluminación y radio a pilas.
Despues se debe definir el recorrido para recoger niños, ancianos y salir al exterior. Claro que en el piso 16, no se si es buena idea salir afuera.
Ella tenía permanentemente bajo su cama, un maletín verde que contenía dos mudas –como decía ella- de ropa interior, fósforos, velas, linterna, radio a pilas y elementos de limpieza. Yo me reía de ella pero en el fondo admiraba su entereza y determinación cuando en más de una ocasión ella salió de su departamento terremoteado con su maletín verde y se instaló en la plaza frente al Casino de Viña, donde esperaba pacientemente saber las noticias, reacciones de las autoridades, dimensión de los daños, estado de su departamento, etc…
Cuando tenía certezas de poder reingresar a su casa, entraba y volvía a dejar su maletín verde en su lugar.
Mis daños materiales fueron mínimos. En el lavaplatos de mi cocina había quedado una copa de vino con agua en su interior. Esa copa cayó y se quebró.
Tengo estucos que reponer, pinturas que retocar y muebles que rearmar pero mis daños fueron un televisor que cayó al suelo y no funciona y la copa que les comento.
Barato para tremendo sismo.

No terminaba aun de temblar y llamé a un ser querido. Los celulares ya estaban dando problemas pero afortunadamente pude comunicarme por la red fija. Yo estaba solo en un piso 16 y ella estaba sola en un piso 9.
Paréntesis del momento del sismo: El mirar por la ventana durante un sismo de esa magnitud no es fácil. Cuesta sujetarse y pareciera que todo se viene abajo. La tembladera, por decir de alguna forma, fue espantosa y yo tenía enfrente un espectáculo de edificios danzantes, unos para arriba y abajo, otros como que giraban y luces que se prendian y apagaban en un ritmo frenético.
Vuelvo a mi ser querido: Le recomendé las reglas de mi abuela; zapatos, linterna, etc… y le propuse que me iba a su casa.
Recorrí mis daños, que fueron pocos, a pesar de que todo figuraba en el suelo y yo nunca imaginé que solamente una copa y un televisor serían mis daños.
Bajé por las escaleras, premunido de una linterna y comencé a ver los estucos quebrados y desprendidos en las paredes, luminarias de los pasillos colgando y los vecinos de a poco apareciendo por las puertas, algunas de ellas tenían sus dinteles desencajados, lo que hacía presumir que podían haber personas encerradas sin poder salir al exterior. Afortunadamente no fue tanto el daño sino mas bien apariencias.
Me costó un buen rato poder salir en mi camioneta porque no podíamos destrabar el portón eléctrico. Finalmente partí, al igual que muchos me imagino yo, a acompañar y compartir momentos de apoyo y ayuda que es lo que todos necesitamos en momentos de angustia y peligro.
Llegué al piso 9 y me encuentro con un espectáculo dantesco: estanterías de libros por los suelos, vitrinas de cristal y su contenido de pacientes colecciones de botellas, peineteras, vasitos y todo tipo de antiguedades, quebradas y repartidas por todo el departamento.
Recordé en ese momento mis daños: un televisor y la copa, sola y de largo tallo, quebrada en el lavaplatos de mi cocina.
Nos abrazamos con cariño y empezamos la reconstrucción, tanto material como del alma.

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